jueves, 19 de agosto de 2021

Dos amigos

 



Alfredo está sentado en la cocina preparándose un té de boldo. Son las cuatro de la tarde y el sol entra por la ventana calentando su rostro. Su mirada se pierde entre los remolinos de vapor que salen de su taza caliente. Los aromas lo envuelven todo, pero hay algo que no le deja disfrutar la quietud de la tarde. Quizás las manchas de la ventana que le recuerdan que se tiene que poner a limpiar toda la casa con urgencia. Mira hacia el suelo y ve las sombras que proyectan las migas de pan esparcidas por él, y alguna que otra hormiga le genera la sensación de que está siendo invadido por los insectos. Con el rostro apoyado entre sus brazos cruzados, cierra fuertemente los ojos. Alfredo tiene la sensación de haber vivido una situación similar. Está teniendo un 'déjà vu'. Pero por más que se esfuerza en recordar eso que no sabe muy bien de qué se trata, la nada es lo único que le viene a la mente. Siente como si le hubiesen robado algo. En su empeño de buscar aquello que se le escapa de los recuerdos visualiza una gran habitación. Pero ésta se encuentra totalmente desprovista de muebles. Las marcas en la alfombra y las paredes evidencian que alguna vez allí se encontraban emplazados un sillón, un velador de pie, un cuadro colgado y un candelabro. Evidentemente alguien se los había robado. Al igual que sus recuerdos, al igual que sus ganas de ponerse a limpiar, al igual que sus motivaciones.

De pronto entra Pedro, acababa de salir del baño y lo primero que se encuentra al volver a la cocina es a Alfredo que escondía la cabeza entre sus brazos.

-¿Y ahora qué te pasa?- pregunta Pedro a su compañero de piso, visiblemente desganado.

-Nada... qué se yo.. - suspira Alfredo con agobio.

-Yo sé lo que te pasa, estás aburrido. Yo también, estoy cansado de dar vueltas por la casa. ¿Y si nos vamos a caminar por ahí?

-No tengo ganas.

-Yo tampoco.-sentencia Pedro, dejándose caer en el sillón de dos cuerpos, haciendo despegar una nube de partículas de polvo que danza y se arremolina frente al haz de luz solar que entra por la ventana.

Los dos amigos se encontraban sumidos en un trance bastante particular. Su forma de vida se había modificado abruptamente desde que se decretó la cuarentena. Sus rutinas cotidianas se habían truncado de un momento para el otro. Alfredo había tenido que trasladar sus estudios al ámbito virtual, por lo que no requería asomar su cabeza al exterior casi para nada. Pedro no trabajaba. Antes de la cuarentena pintaba murales. Había dejado currículums con la esperanza de encontrar algo, pero con la excusa del virus los sueldos estaban cada vez más bajos. Si trabajaba no le alcanzaba para vivir, por lo tanto dejó de preocuparse por conseguir trabajo y se dedicaba a reptar de aquí para allá buscando quien le donara alimentos no perecederos para llenar la alacena.


Y así transcurría el tiempo para los amigos. Los días se sucedían uno tras del otro dejando una estela de polvo que lentamente se acumulaba sobre sus cejas y sus hombros, haciendo sus pasos más pesados. Alfredo seguía teniendo la sensación de que le robaban los muebles. De tanta ida y vuelta, Pedro había generado un surco en el suelo. Una trinchera de un metro de profundidad atravesaba la casa desde el baño hasta la cocina.

Un día, Alfredo suspirando se sienta en la cocina y amaga a apoyar sus brazos en la mesa, pero sigue de largo y casi termina cayendo de su silla. ¿Y la mesa? Cierra los ojos intentando recordar cómo estaban emplazados los muebles en su cocina. Estaba seguro de que allí faltaba algo, pero esa sensación le resultaba tan recurrente que ya hace tiempo había dejado de esforzarse por recordar. Su mente hacía un rápido recorrido por el lugar, pero por más que se empeñara la habitación siempre se le presentaba vacía. Esta vez no. No se iba a conformar con el resultado que le arrojaba su memoria maltrecha.

-Pedro!-llamó gritando a su amigo, que suponía se encontraba en el baño. No hubo respuesta. Alfredo miró a su alrededor, se levantó de su silla y se acostó en el suelo, dirigiendo su cabeza hacia el interior del pozo que había surcado su amigo.

-PEEEEEEDROOOOO!!!!-su grito retumbaba por las paredes del oscuro precipicio produciendo un eco que acrecentaba la sensación de vértigo. Silencio absoluto. Abrumado, Alfredo se puso de pie para luego desplomarse con desgano sobre su silla, pero su peso atravesó el aire haciendo que su trasero rebotara duramente contra el suelo, arrojándolo por el acantilado hacia el abismo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por comentar!