domingo, 17 de abril de 2022

Estudiar a mis 30

 Me propongo escribir aunque sea en contra de mi buena voluntad. Es que ya escribí un montón sobre el tema que voy a tocar en éste post, pero una ¿ironía? del destino produjo un error en Facebook justo cuando llevaba redactado un 80% de mi exposición. Pregunto si cabe el término de ironía, porque justo me encontraba escribiendo sobre las dificultades y contratiempos que encontramos los seres, destinados a formar parte de la gran masa que conforma la clase proletaria, cuando intentamos sacar la cabeza del agujero en la tierra y nos aventuramos a seguir caminos que claramente no fueron construidos para ser transitados por nuestros humildes zapatos. En todo caso el error fué enteramente mío. Debí haber elegido blogger para escribir pensamientos que requieren cierto razonamiento. (Se entiende mi ironía?).

Pero sin más dilaciones, voy al punto en cuestión. Acabo de comenzar por fin, luego de mucho esfuerzo, mis estudios superiores. Entrar a la Universidad para mí es un sueño cumplido en sí mismo. Y estar estudiando Psicología supera mis sueños incluso, más que nada porque todavía conservo frescos los recuerdos de mi adolescencia cuando tuve mi primer acercamiento con textos acerca de la psicología. Recuerdo cómo me maravillé instantáneamente. Recuerdo haber pensado: "Eureka. Esto es fascinante. Quiero saber más. Quiero saberlo todo acerca de cómo funciona ésta mente, que siempre se me reveló confusa y enrevesada." Pero no imaginaba que iba a tardar tantos años en poder entrar a la facultad. Para mí es inevitable realizar esa lectura ahora que por fin estoy estudiando, y me percato de que tengo profesores incluso más jóvenes que yo. También puedo observar ésta injusticia en la inmadurez de mis compañeros de clases, a los que les llevo una diferencia de 10 años. Y ahora es cuando pienso.... mierda, qué hubiese pasado si todos éstos nuevos conocimientos a los que me veo expuesto ahora se enfrentaran a una mente vivaz e inquisitiva como la que ostentaba a mis 20 años. Cuando las responsabilidades de la vida adulta no eran tantas.

Pero estoy siendo egoísta. Ahora mismo, incluso con un hijo y las necesidades y responsabilidades de un padre de familia sobre los hombros, no puedo hacer como que mi temprana juventud fue una llanura verde llena de flores y pajaritos sobrevolando. No quiero engañar a nadie, mi vida fué una mierda durante esos años. Y si me encuentro estudiando ahora es porque no encontré las condiciones necesarias que me lo permitieran sino hasta éste momento. Por lo que tengo que ser agradecido. También mi mente cambió para bien, tengo que admitirlo. Como dije antes, mi mente siempre fue un lugar confuso e inestable, y no es hasta ahora, a mis 30 años, que comienzo a ordenar un poco la estantería. Sé lo que tengo que hacer, reconozco el método y pongo en movimiento las fuerzas necesarias. Me reconozco como un ser centrado. The treasures of my youth yacen enterrados. Por fin pude cerrar ese cofre maldito. Sigo siendo yo, pero quiero creer que mucho más sabio.

Aunque no se puede ignorar la desidia del sistema económico imperante para con la clase obrera. Las posibilidades de estudiar dependen en gran medida de lo que nuestro bolsillo pueda permitirse. Por supuesto que hay factores favorecedores, pero los hay en mayor medida incapacitadores. Que la educación en Argentina sea gratuita es una ventaja enorme que nuestra clase social debe aprovechar sin ninguna duda. Pero lamentablemente no basta con eso. Se debe garantizar el acceso a la educación. Ni hablemos de lo que le compete a mi línea de estudios... La salud mental, como leí por ahí, no deja de ser un lujo cuando ni siquiera se pueden tener cubiertas las necesidades básicas. Por eso las históricas reivindicaciones de las luchas proletarias aún son más que válidas. Se debe seguir persiguiendo el objetivo de reducir la jornada laboral para tener tiempo para cultivar nuestra mente y atender las necesidades intelectuales. Pero que aún sean válidas no quiere decir que estén vigentes. Basta con observar el comportamiento del trabajador promedio. Observen el movimiento de la marea, la dirección a la que se dirigen las masas. El concepto de la lucha de clases está más difuminado que nunca, al igual que su conciencia. No así las estructuras que erigen el poder. Ésas sí que siguen vigentes, y siguen aceitando sus mecanismos de control social, justamente distrayéndonos de lo más importante. Nuestra EDUCACIÓN. Nuestra CAPACIDAD DE DISCERNIR. Nuestra AUTÉNTICA VOLUNTAD.

Ahora bien, reducir la jornada laboral requiere necesariamente de un reparto más equitativo. Y meternos en esos pantanos no es algo que tenga planeado realizar en ésta publicación. Quedará para otro momento.

Al final, ésta publicación terminó siendo mucho más personal que la que había intentado escribir fallidamente en un comienzo, pero me gusta más. Escribir forma parte de mi propia terapia psicológica. Es loco que nunca haya ido a terapia, ni siquiera cuando mis profes en la escuela primaria me lo sugerían. Y mírenme ahora, estudiando para darles terapia. Creo que me voy a especializar en atender maestros.(Se entiende mi ironía?)

También hay que reconocer que existe una brecha palpable entre los que logran acceder a la educación. La mayoría no la tiene fácil, pero el que la tuvo realmente difícil se reconoce con facilidad. Suelen ser los que ven más allá de las exigencias curriculares y las burocracias institucionales. Suelen ser los que intentan aportar su grano de rebeldía (y disconformidad) en la praxis. Y ésta praxis siempre y en todos los casos considero debe aplicarse por iniciativa personal, escapándole a la institucionalización. Porque de lo contrario puede ser absorbida y apaciguada por los mecanismos de control, o peor, manipulada y transformada para sus propios fines.