miércoles, 9 de diciembre de 2015

Ajustando la máquina

Y un buen día... la derecha se hizo con el poder.
De repente todo comenzó a oscurecer. La fauna de las plazas se había marchitado.
Las patinetas fueron confiscadas, los comedores cerraron sus puertas y lo que antes era público
ahora se había convertido en privado.
Los amigos de Pampillon se fueron acomodando poco a poco en los puestos de poder.
El secretario de seguridad era un asesino, el ministro de economía un delincuente y el presidente un ave de rapiña.
Las agencias de noticias fueron sometidas a un estricto control de contenido.
Inmediatamente los salarios cayeron, los servicios públicos aumentaron, al igual que el transporte.
La vida en la ciudad se tornó intolerable, así como las mentes de esos repugnantes dirigentes.
El descontento fue reprimido a base de bastonazos y gases lacrimógenos.
Las balas de goma comenzaron a surcar desde los descampados periféricos hasta el humeante asfalto céntrico.
Y el plomo encontró lugar en el cráneo de una víctima inocente.
La presión y la rabia llegaron a su punto límite, y el pueblo estalló.
Motines en las cárceles, en rutas, avenidas y calles, en escuelas y fábricas hicieron frente a la salvaje represión.
Más victimas cayeron bajo el frío plomo.
Más gente se levantó en lucha.
Y los burgueses, desde sus cómodos y seguros hogares se divertían planificando el próximo robo a mano armada, en poblado y en banda.

Y vuelven a darle vueltas a la tuerca.... hasta que ésta se pase de rosca.