viernes, 5 de abril de 2013

Vómito

Hoy me despierto sin querer hacerlo. Desilucionado de mí mismo, desmotivado. Una vez más.
Harto de que el mundo, las personas, sean tan inestables como el propio clima.
Una tormenta se desata en mí. La violencia arde en todas mis extremidades.
La bronca y la desilución me paralizan. Intento moverme con tal desesperación que, cuando por fin logro romper éstas cadenas, me libero con tal furia que arraso todo a mi paso, dejando tras de mí un terreno desolado, estéril, amargado. Y un porvenir menos esperanzador.
El odio, la bronca, los celos, la inseguridad, la envidia, la culpa, todas esas cosas que abundan en las personas más detestables hoy inhundan mi alma. Y no quiero saber nada de mí mismo. Me he convertido en lo que odio. Una mala persona. Y la idea de tirarme a morir en una cama ya tampoco es atractiva para mí.
Curioso que escribiendo éstas palabras sienta ganas de vomitar. A tal punto la repulsión domina mi cerebro. Intoxicado y castigado por propia voluntad.
Egoísmo, en su mayor expresión, es lo que me trajo hasta aquí.
Las palabras que pueda escuchar no producen el cambio que anhelo. Porque en realidad no tengo ningún anhelo.
No espero nada de mí. Quiero ser nada. Quiero evaporarme. Pensamientos enfermos y oscuridad.
He visto los ojos del Diablo, y me dejé tentar. Soy consciente de ello. Lo miré, con profunda convicción, y con una gran sonrisa. Acostado en mi cama, escuchando Steve Ray Voughan, y viajando sobre LSD. Él me miró... Y yo pacté.
Estaba bien en aquel entonces.
Estoy mal ahora.
Mi espíritu se vió estimulado en un mundo de violencia extrema. Mi espíritu aventurero quería más. Al Diablo le gustaba que lo insulten, que lo aten, que le den latigazos. Al Diablo le gustaba que lo penetren. Pero no se le hace lo mismo a los Ángeles.
Hoy contemplo mis manos ensangrentadas, con el látigo oscilando en la nada, y las plumas de esos Ángeles bajo mis botas. Plumas que aún conservan su brillo, un brillo de tal intensidad que conmueve, y contrasta con la oscuridad que destila mi alma.
No puedo más, las náuseas son incontenibles, y mi estómago maldito lanza ácido sobre ese brillo cursi.

1 comentario:

  1. No seas tan duro contigo mismo, amigo. No seas tan duro. También debemos sabernos perdonar, para poder perdonar a otros y esperar de ellos el perdón. Para poder vivir. La vida, a veces, es una mierda, pero es lo único que tenemos y, a veces, no está tan mal. Piensa en lo bueno que hay en ti y fuera de ti, con la misma intensidad con la que estás pensando en lo malo. Tal vez, entonces, se te vayan esas ganas de vomitar.

    Un abrazo, amigo. Ánimo.

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